EL PAÍS 06.06.07 Arquitectura y poder
ORIOL BOHIGAS 06/06/2007
Deyan Sudjic es uno de los críticos de arquitectura más sagaces de su generación, con su capacidad para superponer en un solo juicio la realidad cultural y la problemática profesional con las interferencias sociales y políticas. Después de su libro 100-Miles City y de sus experiencias al frente de Domus y de la Biennale de Venecia, ha publicado otro libro, traducido recientemente al español con el título La arquitectura del poder (Ariel). Se puede considerar una radical denuncia de la extremada dependencia de la arquitectura y el urbanismo respecto a las decisiones que emanan de los poderes fácticos, tan potentes en las dictaduras como en las democracias, tan comprometidos con la política como con los intereses particulares de la moda, el comercio, la vacua exhibición cultural, la especulación inmobiliaria, el lujo mercantil, la búsqueda de identidades locales y nacionales. E incluso se puede interpretar como una crítica sobre la escasa calidad ética de muchos maestros de la arquitectura del siglo XX que se han sometido a esas imposiciones. O, según dice el subtítulo del libro, una agria explicación de "cómo los ricos y poderosos dan forma a nuestro mundo".
Pero el libro no es ni mucho menos un panfleto agresivo, sino una valiosa interpretación de muchos fenómenos sociales y culturales de la modernidad y sus entornos. Hay tres aspectos que conviene subrayar para orientar la correcta lectura de esa sucesión de ensayos y hacerla, por tanto, más eficaz.
El primer aspecto es el enorme contenido informativo sobre cada una de las obras que se comentan, no limitado a la historia convencional del proceso, sino profundizado hasta intimidades que resultan al fin trascendentales. Como ha dicho Norman Foster, "es como si la reflexión académica y la columna de cotilleos se fusionaran. Sudjic nos lleva continuamente detrás de las bambalinas". Y lo dice, sin resentimientos, con admiración, precisamente uno de los protagonistas de esos cotilleos. Es sorprendente comprobar cómo algunas de las obras más sobresalientes de la arquitectura contemporánea no se comprenden ni se han comprendido cuando falta el punto de vista desde "detrás de las bambalinas", cuando no se han tenido en cuenta todas las interferencias en el proceso del encargo, el proyecto y la realización. Y este sería el segundo aspecto que subrayar: con este texto Sudjic establece un método descriptivo y crítico que tiene algunos precedentes significativos pero que hasta ahora no se había planteado con tanta radicalidad. Los resultados son muy satisfactorios, porque estas descripciones son más que un simple instrumento preparatorio para teorizar sobre las relaciones entre arquitectura y poder. Tienen en sí mismas un valor finalista que quizá se hubiera podido mejorar con el apoyo de alguna ilustración gráfica o con referencias de localización más explícitas. El libro es tan complejo que permitiría una reordenación temática con descripciones concretas sin necesidad de mantener el hilo de continuidad sobre la trascendencia inmoral del poder. Sería otro libro con menos programa beligerante, pero igualmente útil como ensayo de crítica arquitectónica.
El tercer aspecto que subrayar es que, a partir de cada ejemplo, Sudjic va formulando una visión general de la actual situación de la arquitectura, o, por lo menos, de las arquitecturas monumentales que, a través de los medios de comunicación y de las agencias de publicidad, se presentan como modelos de estilo y de método, disimulando su despreocupación ética y cultural. Hay que agradecer, no obstante, que a pesar de las descalificaciones morales de algunas obras y algunos arquitectos se logre distinguir, incluso entre los juicios más severos, las cuotas de calidad escuetamente arquitectónicas, aunque siempre queda la duda de si la diferencia de calidad intrínseca en las obras de Speer y en las de Koolhaas, en las de Iofan y en las de Meier, por ejemplo, no cuenta de alguna manera también la diferencia entre el nazismo, el comunismo y la democracia. Es decir, la relativa subordinación a mundos políticamente muy distintos.
Alguien ha dicho que el libro se lee como una novela. No es verdad porque su intensa carga informativa obliga a otro tipo de lectura menos relajada. Pero sí se puede decir que la estructura es claramente narrativa, siguiendo las desviaciones ocasionales que ofrece el propio discurso, dentro de una cierta tradición literaria anglosajona. Los temas no siguen un orden sistemático, clasificable, sino que aparecen por sugestión momentánea, a veces en la secuencia anecdótica de un cotilleo. Es una manera frecuente también en textos de Mumford, de Rykwert o de Hughes, que consideramos fundamentales en la historia y la crítica culturales. La superposición de los análisis se explica, así, también, con superposiciones y con largos paréntesis encadenados que van abriendo nuevos puntos de vista. No es una novela, pero es una lectura recomendable incluso para un público no comprometido en el tema, aunque el mayor provecho lo deberían encontrar los promotores públicos y privados que todavía mantienen una conciencia ética adormecida.
Oriol Bohigas es arquitecto.
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