EL PAÍS 09.01.07. ANTÓN COSTAS. BIENAVENTURADOS LOS HIJOS DE DON QUIJOTE.
¿Por qué deberíamos preocuparnos por algo que ocurre a un reducido porcentaje de personas, como es el fenómeno de los sin techo, y que en algunos casos responden a situaciones inevitables, cuando no deseadas por quienes las viven? La pregunta es provocadora y moralmente discutible, pero así la he encontrado en un artículo periodístico que criticaba el anuncio del Gobierno francés de presentar en los próximos días una ley para garantizar legalmente el derecho de todos los franceses a una vivienda digna.
Como saben, ese anuncio respondía a una iniciativa de dos jóvenes hermanos que se instalaron bajo el puente de Austerlitz para saber cómo vivía la gente sin domicilio fijo, e invitaron a sus compatriotas a dormir una noche en una tienda de campaña al lado del Sena para experimentar en propia carne los efectos de no tener techo. La iniciativa fue bautizada con el nombre de los Hijos de Don Quijote, todo un detalle al recordar las quijotadas del manchego universal, en vez de utilizar el más épico y francés de los Hijos de Juana de Arco, pongo por caso.
En todo caso, después de un primera reacción descalificatoria y desafortunada de la ministra de Cohesión Social, el éxito social y mediático de la iniciativa llevó al presidente, Jacques Chirac, a incorporar la falta de vivienda de los sin techo en la agenda política del Gobierno anunciando un proyecto de ley para este 17 de enero.
El anuncio puede parecer una promesa propia de tiempos preelectorales como los que vive el vecino del norte. Pero esto no le resta valor. En una democracia competitiva, las elecciones son el mecanismo que fuerza a los partidos a ser receptivos a nuevas necesidades y a incluirlas en sus agendas de gobierno. Sin elecciones ni promesas electorales como las forzadas por esas quijotadas probablemente el bienestar de la mayoría sería peor. Y, en particular, el bienestar y las capacidades para enfrentarse a la vida de los más débiles.
Es un fenómeno al que nosotros deberíamos prestar atención. Los nuevos pobres con riesgo de llegar a formar parte de los sin techo son una realidad creciente y preocupante en España. Más de lo que creemos quienes disfrutamos de un techo acogedor. Por eso necesitamos movimientos altruistas como el de los Hijos de Don Quijote. Porque los nuevos pobres difícilmente plantearán sus necesidades y demandas.
La evidencia del aumento de los nuevos pobres se multiplica. Si me permiten, les cuento una anécdota que me ocurrió en un reciente viaje a Huelva para dar una conferencia. En el aeropuerto de Sevilla me recogió un chófer de mediana edad enviado por los organizadores. Le dije que tenía prisa por llegar antes del atardecer para ver las formidables puestas de sol sobre el Atlántico, una pasión que viene de mi infancia viguesa. Por el camino nos pusimos a hablar del trabajo y los problemas cotidianos, y recalamos en el de la vivienda. La conversación entró entonces por unos derroteros inesperados. Tuve la impresión de que estaba ante un nuevo pobre, candidato a engrosar la lista de los sin techo.
Me contó que tenía dos hijos pequeños y que se había divorciado hacía poco. El juez concedió a su mujer la tutela de los hijos y el uso del piso, cuya hipoteca estaban aún pagando. En un primer momento intentó alquilar un pequeño apartamento, pero pronto se dio cuenta de que los ingresos, escasos e inestables, no daban para pagar la hipoteca, la ayuda a los hijos y su propio alquiler. Probó entonces varias soluciones. Una de ellas fue acordar con su mujer el uso de una habitación y del baño del piso común, estableciendo unos horarios de entrada y salida que evitasen encontrarse con su ex mujer y con sus hijos en el pasillo. La experiencia fue conflictiva y degradante.
Después de buscar otras soluciones que le abocaban a la situación propia de sin techo, como fue el dormir en el coche y asearse en fuentes públicas y en los lavabos de los bares, decidió pedir permiso a sus padres para volver a vivir con ellos. Y fue al hablar de esto cuando el hombre rompió a llorar, de tal forma que, temiendo por la seguridad de ambos, le sugerí que parara un momento. Así lo hicimos, y después de un rato continuamos el viaje. Se disculpó por su desahogo, así como por el retraso que me impediría ver la puesta de sol onubense. Pero me pidió que volviera y me dijo que él me llevaría a verla. Así lo haré.
De toda esa historia, lo que más afectaba a esta persona era el tener que volver, a sus casi 50 años, a buscar cobijo bajo el techo paterno. Le producía vergüenza y disminuía su autoestima. Lo consideraba como síntoma del fracaso de su vida. Y por eso lo ocultaba a los amigos.
Este sentimiento de vergüenza y baja autoestima es una característica común a otras formas de nueva pobreza, como en el caso de personas sometidas a abusos y violencia que deciden abandonar su hogar. Este sentimiento les lleva a la automarginación, a la invisibilidad social y a abocarse a vivir sin techo antes que pedir apoyo social o público para afrontar esa situación. Por eso no aparecen en las manifestaciones a favor de una vivienda digna y asequible. Esto les distingue de los okupas y de los hijos de las clases medias, amenazados también por la dificultad de acceso a un alojamiento digno y asequible, pero sin reservas mentales para defenderse.
Esta tendencia a la invisibilidad y la automarginación social de la nueva pobreza es el rasgo que hace necesario que otros cojan su bandera y defiendan su derecho a ser ayudados por las políticas públicas. Bienaventurados, por tanto, los Hijos de Don Quijote que, a modo de empresarios altruistas de políticas públicas, toman la responsabilidad de concienciar a la sociedad y presionar a las autoridades públicas y las organizaciones políticas para que incorporen a las agendas políticas las necesidades de estos colectivos.
Sean cuales sean las causas de estas nuevas formas de pobreza que amenazan a los más débiles con dejarles sin techo, la mejor solución es la política de vivienda. Pero esa política no puede consistir, como prometió el presidente francés, Jacques Chirac, en 1995, en "requisar la viviendas vacías" -claro ejemplo de atribución a otros de responsabilidades políticas propias-, sino en la promoción, pública y privada, de una vivienda digna y asequible para todos. Como está mandado, y como se hace con otros servicios públicos.
Como saben, ese anuncio respondía a una iniciativa de dos jóvenes hermanos que se instalaron bajo el puente de Austerlitz para saber cómo vivía la gente sin domicilio fijo, e invitaron a sus compatriotas a dormir una noche en una tienda de campaña al lado del Sena para experimentar en propia carne los efectos de no tener techo. La iniciativa fue bautizada con el nombre de los Hijos de Don Quijote, todo un detalle al recordar las quijotadas del manchego universal, en vez de utilizar el más épico y francés de los Hijos de Juana de Arco, pongo por caso.
En todo caso, después de un primera reacción descalificatoria y desafortunada de la ministra de Cohesión Social, el éxito social y mediático de la iniciativa llevó al presidente, Jacques Chirac, a incorporar la falta de vivienda de los sin techo en la agenda política del Gobierno anunciando un proyecto de ley para este 17 de enero.
El anuncio puede parecer una promesa propia de tiempos preelectorales como los que vive el vecino del norte. Pero esto no le resta valor. En una democracia competitiva, las elecciones son el mecanismo que fuerza a los partidos a ser receptivos a nuevas necesidades y a incluirlas en sus agendas de gobierno. Sin elecciones ni promesas electorales como las forzadas por esas quijotadas probablemente el bienestar de la mayoría sería peor. Y, en particular, el bienestar y las capacidades para enfrentarse a la vida de los más débiles.
Es un fenómeno al que nosotros deberíamos prestar atención. Los nuevos pobres con riesgo de llegar a formar parte de los sin techo son una realidad creciente y preocupante en España. Más de lo que creemos quienes disfrutamos de un techo acogedor. Por eso necesitamos movimientos altruistas como el de los Hijos de Don Quijote. Porque los nuevos pobres difícilmente plantearán sus necesidades y demandas.
La evidencia del aumento de los nuevos pobres se multiplica. Si me permiten, les cuento una anécdota que me ocurrió en un reciente viaje a Huelva para dar una conferencia. En el aeropuerto de Sevilla me recogió un chófer de mediana edad enviado por los organizadores. Le dije que tenía prisa por llegar antes del atardecer para ver las formidables puestas de sol sobre el Atlántico, una pasión que viene de mi infancia viguesa. Por el camino nos pusimos a hablar del trabajo y los problemas cotidianos, y recalamos en el de la vivienda. La conversación entró entonces por unos derroteros inesperados. Tuve la impresión de que estaba ante un nuevo pobre, candidato a engrosar la lista de los sin techo.
Me contó que tenía dos hijos pequeños y que se había divorciado hacía poco. El juez concedió a su mujer la tutela de los hijos y el uso del piso, cuya hipoteca estaban aún pagando. En un primer momento intentó alquilar un pequeño apartamento, pero pronto se dio cuenta de que los ingresos, escasos e inestables, no daban para pagar la hipoteca, la ayuda a los hijos y su propio alquiler. Probó entonces varias soluciones. Una de ellas fue acordar con su mujer el uso de una habitación y del baño del piso común, estableciendo unos horarios de entrada y salida que evitasen encontrarse con su ex mujer y con sus hijos en el pasillo. La experiencia fue conflictiva y degradante.
Después de buscar otras soluciones que le abocaban a la situación propia de sin techo, como fue el dormir en el coche y asearse en fuentes públicas y en los lavabos de los bares, decidió pedir permiso a sus padres para volver a vivir con ellos. Y fue al hablar de esto cuando el hombre rompió a llorar, de tal forma que, temiendo por la seguridad de ambos, le sugerí que parara un momento. Así lo hicimos, y después de un rato continuamos el viaje. Se disculpó por su desahogo, así como por el retraso que me impediría ver la puesta de sol onubense. Pero me pidió que volviera y me dijo que él me llevaría a verla. Así lo haré.
De toda esa historia, lo que más afectaba a esta persona era el tener que volver, a sus casi 50 años, a buscar cobijo bajo el techo paterno. Le producía vergüenza y disminuía su autoestima. Lo consideraba como síntoma del fracaso de su vida. Y por eso lo ocultaba a los amigos.
Este sentimiento de vergüenza y baja autoestima es una característica común a otras formas de nueva pobreza, como en el caso de personas sometidas a abusos y violencia que deciden abandonar su hogar. Este sentimiento les lleva a la automarginación, a la invisibilidad social y a abocarse a vivir sin techo antes que pedir apoyo social o público para afrontar esa situación. Por eso no aparecen en las manifestaciones a favor de una vivienda digna y asequible. Esto les distingue de los okupas y de los hijos de las clases medias, amenazados también por la dificultad de acceso a un alojamiento digno y asequible, pero sin reservas mentales para defenderse.
Esta tendencia a la invisibilidad y la automarginación social de la nueva pobreza es el rasgo que hace necesario que otros cojan su bandera y defiendan su derecho a ser ayudados por las políticas públicas. Bienaventurados, por tanto, los Hijos de Don Quijote que, a modo de empresarios altruistas de políticas públicas, toman la responsabilidad de concienciar a la sociedad y presionar a las autoridades públicas y las organizaciones políticas para que incorporen a las agendas políticas las necesidades de estos colectivos.
Sean cuales sean las causas de estas nuevas formas de pobreza que amenazan a los más débiles con dejarles sin techo, la mejor solución es la política de vivienda. Pero esa política no puede consistir, como prometió el presidente francés, Jacques Chirac, en 1995, en "requisar la viviendas vacías" -claro ejemplo de atribución a otros de responsabilidades políticas propias-, sino en la promoción, pública y privada, de una vivienda digna y asequible para todos. Como está mandado, y como se hace con otros servicios públicos.
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