01 febrero 2007

La noche en suburbia. Los vecinos de Corbera de Llobregat patrullan las calles de su

LA VANGUARDIA 26.1.07.
El mayor pueblo del mundo es uno que se expande de continente encontinente y lleva el nombre de Suburbia. Está formado por todas lasurbanizaciones que (primero en América y luego en medio planeta) han idocreándose a cierta distancia de las ciudades, para –aun trabajando enellas.- vivir en un supuesto paraíso rural con jardín que, a medida quevan construyendo más y más urbanizaciones menos paraíso es. Sólo enCorbera de Llobregat hay 32 .Para llegar a una de ellas –la Creu de l’Aragall- de noche, sin conocer lazona y con las calles absolutamente desiertas, hay que dudar en cadabifurcación, si estás escogiendo la opción adecuada. Menudos GPS deben dellevar los ladrones que vienen hasta aquí, y menudos archivos de datosdeben de almacenar sus organizaciones, para saber en qué lugares vale lapena actuar –por el botín y la facilidad de acceso a las casas- y en quéotros no, porque están controlados.Ya en la Creu de l’Aragall, Pedro Madueño y un servidor nos detenemos enun cruce para orientarnos. Pasa un coche de la policía local y susocupantes nos miran pero no se detienen. Traslúcidos nuestros cristalespor el vaho, es evidente que no han podido vernos ni las caras. Unoesperaba que como mínimo nos hiciesen cuatro preguntas. Pero se alejancale abajo, pro la misma por la que Lugo, una vez orientados, descendemostambién nosotros, hasta la casa donde los vecinos se encuentran cada nocheantes de empezar las rondas.Los propietarios de la casa son amables. Hay fotos familiares en losestantes.Él es abogado, y en uno de sus ordenadores nos enseñan las grabaciones quelas cámaras de seguridad hicieron la noche del 31 de diciembre, cuandotres encapuchados entraron en su jardín y pasearon por él, localizandocámaras e inspeccionando puertas. Debe de ser bastante desagradablecontemplar como unos desconocidos se pasean por tu casa como si tal cosa.En esa misma grabación se ve luego como los intrusos se largan, y mástarde una moto con tipos enmascarados, haciendo una ronda (¿para avisar demovimientos de gente en la calle a los que hayan entrado en algún chalet?). Luego se ve un coche de la policía local y, minutos después, losmismos que entraron en la casa pasean ahora por al calle. Pera esta vezsaltan la verja del chalet de enfrente. Sus habitantes dormían. Robaronlas llaves del coche, y en la grabación se ve cómo se meten en él y se lollevan en punto muerto, aprovechando la pendiente de la calle para que lruido del motor no alerte a nadie. En muchas casas entran mientras sushabitantes duermen. Las alarmas sirven relativamente, porque –si son proradio, como es habitual- ellos llevan aparatos que permiten captar elcódigo e inutilizarlas. Prefieren robar los fines de semana, que es cuandohay más personas en la urbanización y, por lo tanto, más objetos y dinero.Aparte de algún coche, como en Nochevieja, en general buscan lo quepueden llevarse a pie. A poder ser, dinero, y no más de 400 euros. Porquehasta 400 euros un hurto es sólo una falta. Conocen al dedillo lasfacilidades que les ofrece el actual Código Penal. Vienen con le manual deinstrucciones bajo el brazo: evitar la violencia, robar sin sobrepasar la categoría de falta. Los habitantes de la Creu de l’Aragall siguen conatención los sucesos de otros lugares de la Suburbia catalana: el Garraf,el Maresme… En toda Cataluña hay casos similares, y su intención seríacoordinar a todos los que se sienten indefensos –también los que de laciudades, donde en un plisplás se te descuelgan por los balcones y entranen casa- para crear una plataforma de seguridad ciudadanía. La semanapróxima se reúnen con un diputado. Quieren presionar al gobierno de Madridpara que modifiquen el Código penal. Que las diligencias policiales seanmás rápidas, que los juicios sean también rápidos, y que las penas seanjustamente severas y no la guasa que son en la actualidad.No habiendo residido nunca en una urbanización, la idea que tengo de loque debe de ser vivir en estas condiciones está asociada –desde laadolescencia- a la película A clock-work orange: a aquella secuencia en laque Alex y sus amigos entran en la casa de los Alexander, y apalean almarido –al ritmo de Singin’ in the rain- y violan a la mujer. No sé sivivir pendiente de la pantalla del ordenador para controlar las cámaras deseguridad es parte de la calidad de vida que muchos bus can cuando vienena vivir a lugares así. Y más si para protegerse se ven obligados aorganizar grupos de vigilancia nocturna.A medianoche se reúnen todos los que hoy van a hacer la ronda y Juan –elpropietario de la casa en la que nos encontramos- reparte fotocopias delmapa de la urbanización y de las tres rutas de la noche de hoy: A, B y C.Todo parece perfectamente detallado. Hay dos turnos cada noche. Más omenos son ciento cincuenta personas las que –rotativamente- participan enla iniciativa. Cada día salen tres coches con una o dos personas dentro.Llevan las puertas cerradas, y la instrucción principal es no detenersenunca. En medio de la calle, se pasan los walkie talkies que una mujer–Nuria- saca de una bolsa de Caprabo. Los que saben cómo funcionan loexplican a los que no, y se intercambian los números del móvil. Una de lasmujeres del grupo me explica que los padres de aquella que me señalafueron los primeros en instalarse aquí, hace veinticinco años“Los siguientes fuimos nosotros”Un hombre pregunta: “¿Y si nos encontramos con un coche sospecho”?. Larespuesta del que coordina el asunto: “A la menor sospecha, si hay algunacosa rara, llamad a la policía”. Todos se meten en sus coches. A lo lejosse ven las luces de Barcelona, ordenadamente esparcidas bajo la línea delhorizonte. Circulamos por calles desiertas, calles que acaban convertidasen caminos de montaña, calles sin salida que mueren en una plazoletacircular. Las casas situadas en los límites de la urbanizaciónimpresionan. ”Aquí ya puedes empezar a gritar, que no te oye nadie.Imagina a toda esta gente que un día compró un terreno aquí, en lamontaña, creyendo que esto era una maravilla ya hora…” En un plafón frentea un restaurante –que a estas horas está cerrado (a sus dueños tambiénentraron a robarlos, por cierto)-.hay carteles del Ayuntamiento de Corberade Llobregat anunciando la programación de invierno del Área de la Mujer,y un papel en el que una “muchacha responsable se ofrece como canguro opara acompañar a personas mayores”. Al pie, un número de teléfono.En su furgoneta verde, Isabel e Iván hacen juntos la ronda. Ella lee laruta: “Vale, ahora la calle Maresme”. En todos estos días no hanencontrado a nadie sospechoso. El gran cambio es que la policía local pasaahora más a menudo, y la Guardia Civil también. Pero ¿durará mucho esamejora? Es tan grande Suburbia… “Ahora la calle de abajo”. Todas estánigualmente desiertas. Dice Isabel. “Es como si buscásemos a alguien quefuese en coche, y éstos vienen a pie”. Pasamos frente a casas que desdehace semanas dejan las luces encendidas durante la noche, como una formade prevención. Isabel contempla las casas nuevas acabadas de construir, yseñala la diferencia con las antiguas: éstas están rodeadas de árboles yen las nuevas, en general, apenas hay alguno. Se lamenta de lo paradójicode la actitud de muchos de los recién llegados: “Vienen aquí buscando lanaturaleza y lo primero que hacen es talar los pinos y pavimentar elsuelo, para que no les dé trabajo”. Aquel gran columnista que fue HillVaughan venía a decir más menos lo mismo: “En Suburbia los constructoresarrancan con excavadoras a los árboles y acto seguido dan sus nombres alas calles”. Los ganzúas llega luego.

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