Joan Rubió y Enric Sagnier, dos modelos residenciales burgueses
ORIOL BOHIGAS 12/12/2007
El volumen de información e interpretaciones críticas sobre la arquitectura modernista ha sido en los últimos años muy considerable tanto en la intensificación de las parcelas ya estudiadas como en la resituación de obras y personajes menos conocidos. Estos días está abierta en la vieja residencia de estudiantes de la Escuela Industrial una interesante exposición sobre el arquitecto Joan Rubió i Bellver (1870-1952), que ha motivado un catálogo selectivo con aportación de nuevas ideas. También estos días se ha publicado un libro monumental -con el lujo que corresponde a su antigua clientela- sobre Enric Sagnier (1858-1931), un arquitecto con obra abundantísima en Barcelona, pero a menudo ligeramente marginado o ambiguamente clasificado en los documentos de historia y crítica.
El modernismo se ha analizado como un movimiento anclado en una revolución estilística
La exposición y el catálogo de Rubió complementan con nuevos puntos de vista la única monografía solvente que conocemos, publicada hace ya más de 30 años -Joan Rubió i Bellver y la fortuna del gaudinismo-, obra magnífica de Ignasi Solà-Morales i Rubió en la que se le situaba muy acertadamente en el ámbito aproximadamente gaudiniano y en la precisión de una teoría arquitectónica que intentaba extravertir científicamente la obra de su maestro.
En la exposición y el catálogo que comento, Manuel Solà-Morales i Rubió plantea un tema que aporta nuevas consideraciones urbanísticas. Dentro de una intencionadamente sesgada selección de la obra de Rubió, se destacan 11 "torres" o "chalets" construidos en Barcelona entre 1900 y 1910 que, como explica Manuel Solà-Morales, representan el inicio de una tipología residencial característica de la burguesía barcelonesa de principios de siglo, un sistema de ordenación urbana con casas unifamiliares modestamente aisladas y un nuevo tipo de expansión al margen del ensanche del siglo XIX. La torre Espinal, en la Colonia Güell; la de los Matons, derribada en los años cincuenta; el chalet Golferichs, en la Gran Via, mutilado pero salvado de la especulación y restaurado; la torre Alemany; la Fornells; la Lluís Sánchez; el Frare Blanc; la Dolcet; la Casacuberta; la Rialps; la Ripol, desaparecida en los años setenta. La mayoría están situadas en el primer tramo de la falda del Tibidabo y, en parte, en una urbanización promovida por el doctor Andreu, lugar típico de esa nueva manera de ocupación urbana al servicio de una nueva forma de residencia burguesa.
Aparte de las grandes obras sociales, institucionales y religiosas de Rubió, esas torres tienen la virtud de implantar un tipo arquitectónico y un asentamiento urbano muy persistente, incluso más allá de sus limitaciones o sus sugerencias estilísticas. Se deben valorar en este conjunto los inteligentes esfuerzos en la sofisticada y elegante reestructuración lógica de la fantasía modernista, resuelta con la exigencia de las grandes posibilidades -entonces simultáneas y superpuestas- de las nuevas tecnologías y las tradicionales artesanías del ladrillo y el azulejo, las bóvedas y los arcos equilibrados, la geometría de los grandes poliedros y el orden del hierro y el cristal. Pero quizá lo más significativo fue la creación de unos modelos que marcan en Barcelona una nueva forma de vivir, más allá, incluso, de los aciertos visuales que explican la genialidad y, a la vez, la temporalidad del arquitecto.
En paralelo, la burguesía de la época usaba también -y con más frecuencia- otro modelo: el piso del ensanche dentro de un minucioso orden estructural, que se debe en buena parte a la gran acumulación de experiencias de Enric Sagnier, ese arquitecto al que, por primera vez, se presenta ahora con todo lujo -sobre todo en términos gráficos- en el libro que he mencionado, editado por Antoni Sagnier, un abnegado descendiente del arquitecto que acredita, como en el caso de Rubió -y en el de Domènech, Jujol y tantos otros- la importancia relevante de cada familia barcelonesa en subrayar las cualidades de sus antepasados.
La coincidencia de esas nuevas documentaciones -Rubió y Sagnier- está en que de ambas se puede extraer una visión relativamente nueva de las derivaciones del modernismo, que a menudo ha sido analizado prioritariamente como un movimiento anclado sólo en una revolución estilística. Las casas de Rubió -en las laderas de la montaña- y los pisos de Sagnier -en el ensanche del llano, especialmente en el entorno de la Rambla de Catalunya, que es casi su territorio exclusivo- son dos inteligentes y oportunas aportaciones tipológicas aparte de ser -o no ser- puntuales aciertos arquitectónicos. Ambos arquitectos hicieron grandes obras institucionales que marcan el perfil urbano de Barcelona, pero quizá su cualificación histórica se apoya mejor en la experiencia residencial aparentemente más modesta. Lo cual indica también, comparado con la situación actual, un cambio socialmente significativo: hoy día son pocos los arquitectos que se esfuerzan en cualificarse en el estudio y el proyecto de viviendas, aferrados a la insolidaridad y a la propaganda formal del edificio monumento. ¿Se acabó la voluntad de crear modelos y de usar la arquitectura como instrumento urbano al servicio de la sociedad?
Oriol Bohigas es arquitecto.
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