24 mayo 2007

EL PAÍS 14.05.07. La ciudad federal.

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Miquel Caminal 14/05/2007

Pericles decía en la antigua Atenas que todos somos capaces de juzgar la política, aunque sean pocos los que la diseñan y administran. La democracia no es literalmente el pueblo que se autogobierna, sino el pueblo que tiene el control sobre el poder de gobernar. La ciudad es el territorio ideal para desarrollar la democracia, donde el poder de gobernar se ejerce en la proximidad.

Por supuesto, me refiero a la ciudad republicana y federal, la que permite comprender el poder como algo propio de la ciudadanía y al alcalde como un primer ciudadano. Esta ciudad tiene que ser proporcionada en territorio y población, y heterogénea en su composición. Las grandes ciudades de millones de habitantes son más bien deformaciones de ciudad, los pequeños municipos necesitan cooperar entre ellos para ser ciudad.

La ciudad media es la ideal. En cambio, es conveniente la estructura y el funcionamiento federal de la ciudad excesivamente grande, y es pertinente la unión federal de los pequeños municipos. El poder en sentido democrático y federal es la acción colectiva para conseguir cosas, pero el poder es también la legítima autoridad para tomar decisiones en nombre de todos. Se necesitan a la vez estas dos caras del poder para el buen gobierno. El excesivo poder del alcalde puede caer en una derivación monárquica, clientelar y discrecional del ejercicio del gobierno. Por eso es deseable una real descentralización del gobierno de la gran ciudad, un equilibrio territorial de poderes y la creación y el impulso de canales de participación ciudadana y de control del gobierno local.

No se trata, sin embargo, de caer en el maniqueísmo de considerar que la primera cara del poder es siempre buena y, por el contrario, desconfiar permanentemente de los gobernantes elegidos por una tendencia irreprimible a dejarse corromper. Se puede ser un buen alcalde (Cataluña ha tenido excelentes alcaldes en democracia) y puede haber acciones colectivas o grupos de presión que no tienen otro interés que su propio beneficio, exclusivo y excluyente. Todos, gobernantes y gobernados, podemos entrar en la vía de la corrupción, en el sentido de buscar únicamente el enriquecimiento personal mediante la especulación y la acción ilegal o dudosamente legal. Es más, la corrupción a gran escala se produce cuando el poder público es corrompido por el interés privado. La corrupción puede aparecer y multiplicarse cuando hay mil tentaciones para caer en ella y no hay control para impedirlo.

Se piensa con razón que los que mandan en la economía y en las instituciones tienen más información, más recursos, más influencia y, si les falta algo, acostumbran a saber también cómo burlar la ley. Suceda o no suceda esto, nunca hay que renunciar a establecer un equilibrio de poderes (porque se vigilan y controlan entre ellos) y, especialmente, a promover formas de participación ciudadana para juzgar y controlar a quienes tienen la legitimidad, mediante elección, de gobernar la ciudad.

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