04 mayo 2008

Agua, azucarillos y aguardiente

Bajo zarzuelero título "Agua, azucarillos y aguardiente", Jordi Borja escribe el siguiente artículo en el diario El País


En Cataluña hay medio millón de personas que viven en el territorio correspondiente a la cuenca del Ebro (unos 200.000 en las comarcas del entorno del delta) y 6,5 millones en el resto, que incluye las regiones metropolitanas de Barcelona, Girona y Tarragona. El 60% de los recursos hídricos corresponden a la cuenca del Ebro y se destinan en un 95% a usos agrícolas. El resto del territorio dispone del 40% del agua, que se consume en un 65% en las áreas urbanas. Parece, pues, lógico que deba producirse una transferencia de "agua de tierras con pocas personas a tierras con muchas personas y poca agua". La cuestión no es tan sencilla.
La población aumenta y también la frecuencia e intensidad de los periodos de sequía
Las tierras del sur y de poniente han sido históricamente las más pobres, secas y abandonadas. El río (los ríos: Ebro, Segre, Francolí, etcétera) ha sido a la vez fuente de trabajo y de identidad. En las tierras del Ebro ha dominado el caciquismo y el latifundio que han controlado las comunidades de regantes. Sus gentes han vivido del agua sin poseerla: hasta el año 1980 algunos pueblos del delta no dispusieron de agua corriente. No ha habido una ciudad potente, emblema y motor del territorio. El soberano protector ha sido el río. Ha arraigado la adhesión popular y el sentimiento apropiatorio de las gentes del Ebro a su río. El trasvase no es una cuestión técnica, es su ser el que está en cuestión. No pueden sentirse solidarios de la metrópoli, que representa para ellos el poder y el despilfarro, ni aceptan de entrada los argumentos políticos y económicos procedentes de los gobiernos que consideran responsables de una colonización perversa del territorio mediante la acumulación de industria petroquímica y centrales nucleares.
La realidad tiene otra cara. El sentimiento anticiudad y especialmente contra una Barcelona "cuya voracidad no tiene límites a la que dar agua es como dar cocaína a un drogadicto", según palabras de una concejal es prejuicioso. Barcelona consume relativamente poca agua (110 / 130 litros por persona y día). En la segunda y tercera coronas de la región metropolitana el consumo por habitante es dos o tres veces mayor, pero es similar al de los núcleos urbanos de las tierras del Ebro. La realidad hoy es que vivimos en una sociedad urbana y, a menos que se aplicará un "programa camboyano" al estilo de Pol Pot y se deportara a cinco millones de personas a las zonas poco pobladas del país, es preciso garantizar el agua para todos. El modelo de crecimiento se puede discutir, pero el despilfarro de suelo, agua, energía y aire no es el producto de la gran ciudad compacta, sino de la urbanización difusa que ha prevalecido en las últimas décadas. En el último cuarto de siglo XX la población de la región metropolitana prácticamente no aumentó, pero la superficie urbanizada se duplicó.
Hay que poner azucarillos, es decir, endulzar nuestros discursos sobre el agua, para que nos podamos entender y evitar el peligroso y emocional enfrentamiento de territorios. Hay que asumir que las gentes del Ebro deben ser escuchadas y tener en cuenta sus agravios y sus sentimientos y, por otra parte, comprender que los cinco millones de personas que viven y trabajan en la región metropolitana barcelonesa crean riqueza y necesitan agua. En plan político: en una situación excepcional hay que dar prioridad al agua para las personas. O en plan técnico: la conexión de cuencas y los posibles trasvases sólo se justifican para estos momentos excepcionales.
Pero para que la excepción no se convierta en regla hay que animarse a pensar, si es necesario con la ayuda del aguardiente, sin temor a constatar responsabilidades y proponer soluciones no siempre de entrada populares. El documento de la Agencia Catalana del Aigua (Bases per a un model de gestió de l'aigua, 15-4-2008) ofrece un diagnóstico riguroso y propone soluciones que parecen razonables, lo mismo que la mayoría de los expertos que se han pronunciado públicamente (por cierto, fueron contrarios al Plan Hidrológico del PP). La falta de previsión viene de lejos. Se sabe que cada cuatro o cinco años hay una sequía y que en algunos casos, como ahora, puede ser especialmente fuerte. La capacidad de los embalses debe renovarse cada año, pues casi equivale al consumo anual, es decir, no hay colchón de seguridad. Desde el trasvase del Ter (1966) y la posterior conexión Ter-Llobregat prácticamente no se ha invertido en obras para abastecer de agua la región metropolitana. En el largo periodo autonómico, entre 1980 y 2003, no sólo ha habido un aumento de la población, sino también del consumo diario por habitante. Y se ha vivido al límite en disponibilidad de agua sin otra idea que la peor de todas las soluciones posibles: traer agua del Ródano. La conexión de las cuencas sirve como solución de excepción. Para el equilibrio del territorio y el uso responsable de un bien escaso la regla es la recuperación y el reciclaje del agua (pueden reducir a casi la mitad el consumo urbano y el uso agrícola), la recuperación de los acuíferos contaminados (importante en el caso de Barcelona) y la desalinización (se han reducido los costes, aunque supone un importante consumo de energía: ¿nuclear?). Los trasvases pueden servir para momentos críticos, pero el último que se debe considerar es el Ródano, la opción más costosa de todas (el doble que la desalinización). Discutirlo ahora ha sido un nuevo anuncio televisivo de José Luis Rodríguez Zapatero con Josep Antoni Duran, como lo fue la foto del presidente del Gobierno con Mas.
Si se completan las actuaciones iniciadas en los últimos cuatro años, una situación como la actual no debiera reproducirse a corto plazo, siempre y cuando se inicien nuevos proyectos destinados tanto a la demanda (un uso más responsable del agua) como a la oferta (desalinizadoras, acuíferos, reciclaje, etcétera). La tendencia actual es a un aumento de la población y de los consumos y también a una mayor frecuencia e intensidad de los periodos de sequía. La nueva cultura del agua es tan necesaria como el agua.
Jordi Borja es profesor de la UOC.

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